Ponencia presentada en la Jornada de ANPIER sobre Pequeños Desarrollos Fotovoltaicos.
La invasión rusa de Ucrania ha provocado una crisis de suministro y elevados precios del gas y ha de tratarse como una crisis del modelo energético tradicional dominado por los combustibles fósiles importados de terceros países. Sus impactos obligan a incluir la dependencia energética y el diseño de los mercados energéticos en el origen de la inflación fósil que castiga a los consumidores. No solo está en cuestión el éxito de la transición energética sino el futuro del estado de bienestar y el liderazgo europeo.
La dificultad para llegar a acuerdos ha sido una constante de las instituciones europeas. Las reuniones del Consejo Europeo de Energía han dejado para mañana lo que se debería haber hecho ya. El informe WEO 2022 de la Agencia Internacional de la Energía resume la situación: “El gas no puede seguir considerándose energía de transición”. Por el contrario, Bruselas etiquetó el gas y la nuclear como energías verdes y ahora pretende que el hidrógeno producido con gas o nuclear se considere renovable. Como declaró el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, “los gobiernos y las empresas mienten con el cambio climático”.
Algunas decisiones de la Comisión Europea han quedado en evidencia ante los altos precios del gas y la electricidad. La taxonomía sobre qué inversiones son sostenibles, la conformación de precios de la electricidad que utiliza el gas como referencia o la fiebre por el GNL son políticas que van a prolongar la dependencia de los combustibles fósiles y a retardar la transición energética, en sintonía con el nuevo negacionismo climático.
La vicepresidenta y ministra Teresa Ribera declaró en 2021 que el mercado estaba roto. Un año tardó la presidenta de la Comisión Europea, Von der leyen, en reconocerlo, después de haber rechazado la petición de España para reformar el mercado energético. El mercado está roto porque se diseñó para un mix energético basado en los combustibles fósiles, para proteger los monopolios energéticos nacionales y los mercados especulativos, como el “pool” o el TTF. El resultado es la inflación fósil y una regulación que no protege a los consumidores sino al sector energético convencional.
Hay dos alternativas para afrontar la crisis de los precios de la energía. La primera, modificar el mercado para que no dependa de factores exógenos, como los intereses de las autocracias productoras de gas y petróleo. Pero la reforma del mercado está bloqueada por Alemania y Países Bajos y, de momento, no está en la agenda europea.
La segunda, sacar la energía de los mercados especulativos a través de la flexibilidad energética desde el lado de la demanda, convirtiendo cada centro de consumo en un centro de generación y cada edificio y vehículo en una central eléctrica. Los recursos energéticos distribuidos y los instrumentos de eficiencia energética que establecen las directivas europeas permiten crear capacidad de energía flexible y ajustar la oferta y demanda de energía en tiempo real en cada centro de consumo. Los recursos desde la demanda se integran en el sistema energético, aprovechando las ventajas del autoconsumo y los contadores inteligentes, para facilitar la participación de los consumidores en los mercados energéticos.
A través de la capacidad de energía flexible, la demanda se integra en los mercados, en la planificación energética y en el análisis de cobertura con prioridad sobre la oferta. El autoconsumo, comunidades energéticas, almacenamiento detrás del contador, recarga de vehículos eléctricos, agregación, microrredes, redes de calor y frio, aplicaciones inteligentes y edificios de consumo nulo son instrumentos de eficiencia energética que permitirán sumar capacidad flexible en el sistema para sustituir el uso de combustibles fósiles por energías limpias y abrir la competencia a los consumidores activos como nuevo poder de mercado.
En un modelo de flexibilidad energética desde el lado de la demanda el futuro de la energía es de los pequeños productores fotovoltaicos, de las pequeñas economías, de las comunidades energéticas, de las pequeñas instalaciones y de la agregación de los pequeños productores y los consumidores activos. La modulabilidad de la solar fotovoltaica cambia la manera de producir y consumir energía.
En una crisis de oferta, la alternativa no es aumentar la oferta con más inversiones gasistas cuando nos queda la demanda para cambiar el modelo de arriba abajo a través de los recursos energéticos distribuidos y la participación, directa o mediante agregadores, de los consumidores en el mercado. Para ello será necesario revisar el PNIEC y, en primer lugar, el objetivo de reducción de emisiones en 2030, hoy en un incomprensible 23% cuando Bruselas ya se ha comprometido al 57%. A partir de ahí deben revisarse todas las hojas de ruta aprobadas, como la de autoconsumo, almacenamiento o la estrategia de rehabilitación energética (ERESEE 2020) por su incoherencia con el nuevo objetivo de emisiones.
El autoconsumo en los tejados, edificios, viviendas y en todos los sectores de la economía debería alcanzar el 75% del objetivo de solar fotovoltaica en un mix 100% renovable. El almacenamiento detrás del contador (BTM) debe multiplicar el insignificante objetivo de 400 MW que tiene en la actualidad para garantizar la electrificación de la edificación y la movilidad. La descarbonización de los edificios no debe contemplarse con la simplicidad de la ERESEE, enchufando a la red todos los consumos suponiendo que en la red centralizada solo habrá energía renovable, sino con generación renovable “in situ”, en el propio edificio o su entorno.
Se deben regular las figuras, aún sin desarrollar, del RDL 23/2020, como las comunidades energéticas, la agregación o el almacenamiento, así como otros instrumentos de eficiencia energética, como los contadores inteligentes accesibles al consumidor, redes cerradas, sistemas urbanos eficientes de calefacción y refrigeración y la carga bidireccional de vehículos eléctricos en edificios y viviendas para aprovechar las ventajas del autoconsumo.
Los recursos energéticos distribuidos se deben cuantificar con objetivos en megavatios como capacidad de energía flexible que se integra en el sistema energético y en los análisis de cobertura. La flexibilidad energética desde la demanda forma parte del sistema eléctrico y debe participar sin discriminación en los mercados energéticos.
No es el momento de retrasar el calendario de la transición energética sino de afrontar la transformación del modelo energético incorporando la flexibilidad de la demanda como parte del sistema si se quiere elevar el ritmo de reducción de emisiones y la integración masiva de energías limpias. Como se ha comprobado en la COP27 y en la Unión Europea, la lucha contra el cambio climático, como la cohesión social y la democracia, tienen vuelta atrás.
Cuantificar la flexibilidad desde el lado de la demanda es un paso decisivo si se tiene en cuenta el estudio de los expertos de DNV que han evaluado los beneficios que tendría en 2030 la aplicación en la UE de la flexibilidad en los edificios, el transporte y la industria. Los activos flexibles ahorrarían a los consumidores 71.000 millones de euros al año de consumo de electricidad y ahorros indirectos de 300.000 millones anuales a personas, comunidades y negocios por reducción de precios, menos costes en generación, en redes y emisiones.
Los consumidores activos son los nuevos actores del mercado para gestionar y desplazar la demanda, la fotovoltaica es el principal activo flexible y los pequeños productores los principales generadores de energía flexible.
Socializar, al menos un 20%, de la potencia que debe implantarse para distribución de energía eléctrica a través de la Red habría de ser una prioridad por las ventajas que ofrece al país.
Un total de 94,89 GW en toda la geografía española, recopilados y de libre acceso desde base de datos pública de SueloSolar.com
Ante un momento clave pleno de desafíos y oportunidades, la Jornada de ANPIER concita gran éxito de asistencia a magistrales ponencias por los actores de vanguardia en el sector.