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Por la seguridad y la soberanía alimentaria, por la necesidad de poner freno al consumo energético.

11-11-14. Antonio Morales Méndez
martes, 11 noviembre 2014.
Antonio Morales Méndez
Por la seguridad y la soberanía alimentaria, por la necesidad de poner freno al consumo energético.
En los últimos años hemos insistido mucho en defender la necesidad de la soberanía energética para Canarias para romper con los monopolios y los cárteles energéticos que potencian nuestra dependencia del exterior

Estamos de Feria en el Sureste de Gran Canaria. Desde hace once años los agricultores, ganaderos y artesanos de esta comarca exhiben lo mejor de su producción en el mes de noviembre a más de cien mil visitantes. Se trata de una gran fiesta colectiva alrededor de la  gente que se mantiene fiel al sector primario. Las avenidas principales de Ingenio, Agüimes y Santa Lucía se convierten cada año en un gran mercado al aire libre para ofrecer una amplia variedad de productos de cercanía. Y se vende mucho. Y mucha gente salva con ello la temporada. Coincidiendo con esta feria, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) organizó en el teatro Cruce de Culturas del Cruce de Arinaga  un encuentro con hombres y mujeres del campo que se desplazaron desde distintos lugares de la isla para hablar de sus problemas, anhelos e inquietudes.

Estas dos manifestaciones, que giran alrededor del sector primario, me mueven a hacer algunas reflexiones sobre la necesidad de potenciar un sector absolutamente imprescindible para la supervivencia que se encuentra cada vez más fagocitado por los grandes oligopolios agroalimentarios y dejado de la mano de Dios por muchas de las las instituciones obligadas a velar por su existencia. 

He repetido hasta la saciedad que la manera más efectiva de hacer frente a la globalización neoliberal que se ha adueñado del mundo es plantar cara desde el ámbito de lo local. La democracia cobra su dimensión más importante desde lo próximo; desde los movimientos vecinales y los ayuntamientos. Es ahí donde se encuentra el auténtico germen de la participación en los asuntos colectivos. Donde se dan las respuestas más  inmediatas a las demandas ciudadanistas. La defensa del municipalismo garantiza la soberanía del pueblo sobre los asuntos que más le competen. Y es también desde la cercanía como podemos asegurar otras soberanías necesarias para la supervivencia de esta comunidad canaria aislada en medio del atlántico.

En los últimos años hemos insistido mucho en defender la necesidad de la soberanía energética para Canarias para romper con los monopolios y los cárteles energéticos que potencian nuestra dependencia del  exterior; para propiciar un modelo de generación endógeno que avale la autosuficiencia y la independencia  energética de esta tierra a través de las renovables. La realidad es que apenas producimos un 6% de energías limpias y  tenemos que importar el 94% de lo que consumimos en forma de combustibles fósiles desde el exterior.

Y sucede lo mismo con los alimentos. En la actualidad dependemos en más de un 90% de la importación para abastecernos. Desde hace un par de generaciones en Canarias venimos dando la espalda al mundo rural. Y las razones no son muy distintas a las que se dan en otros lugares del  planeta y tiene que ver con el capitalismo salvaje y su afán por acaparar el poder que les confiere controlar las tierras, las materias primas, las semillas, los fertilizantes, los alimentos procesados con enormes daños colaterales para la salud, los precios, la producción… Según Intermón Oxfam, entre 300 y 500 empresas tienen en sus manos el comercio alimentario mundial. De ellas solo diez controlan el 70%. Menos de un 10% de los terratenientes poseen más del 70% de las tierras productivas del mundo. Solo en Europa en apenas ocho años se han perdido tres millones de explotaciones rurales. La especulación, que pone en riesgo la paz mundial, hace que los grandes fondos de inversión acaparen los productos y el mercado para aumentar los precios, lo que ha generado un aumento del número de pobres en 70 millones; que existan más de mil millones de personas en situación de inseguridad alimentaria; que el consumo energético derivado de las producciones masivas y lejanas contribuyan enormemente al calentamiento global  y que el precio de los productos se duplique para 2030. El mismo Banco Mundial reconoce en distintos informes que la deriva neoliberal  ha debilitado el apoyo público disminuyendo las ayudas, créditos y seguros agrarios con que contaban los agricultores.

Pero el afán monopolizador no se queda en eso. No hay sino que mirar a nuestro alrededor para comprobar cómo las grandes superficies se adueñan del mercado pagando poco a los productores y cobrando mucho a los consumidores (en Europa han absorbido el 80% ), cómo proliferan los “todo incluido”, las libertades de horario, las ayudas a la importación frente a la producción local, las cadenas de distribución monopolistas, etc.

Por la seguridad y la soberanía alimentaria, por la necesidad de poner freno al consumo energético y por tanto al cambio climático, por la recuperación del paisaje y los usos tradicionales y por poner en valor de manera justa el trabajo de las familias que laboran la tierra, es preciso que devolvamos la mirada en el planeta, y desde luego en Canarias, al mundo rural. Los núcleos de medianías se van despoblando año tras año. Uno de cada tres agricultores tiene ya más de 65 años. Las infraestructuras y los equipamientos sanitarios o educativos son más precarios.  La Red Española de Desarrollo Rural puso en marcha no hace mucho una campaña para que la Real Academia Española modifique el significado del término “rural” al que define como “Perteneciente o relativo a la vida en el campo y a sus labores. Inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas”. Curiosamente,  para la Academia el término “urbano” tiene el significado de “perteneciente o relativo a la ciudad. Cortés, atento, de buen modo”. Es cuando menos reveladora la definición de la RAE sobre la ruralidad.

Sin ninguna duda la producción y el consumo de proximidad deben ocupar un papel preponderante  frente a la agricultura intensiva e industrial. Según Gustavo Duch (Lo que hay que tragar. Ed. Los libros del lince), Vía Campesina hizo un estudio en el que demostró que un kilo de espárragos producido en México necesita cinco litros de petróleo para viajar por vía aérea hasta Suiza y, sin embargo, un kilo de espárragos producido en Ginebra solo necesita 0´3 litros de petróleo para llegar al consumidor. Según el Wuppertal Institute de Alemania, los ingredientes necesarios para producir un yogurt de fresas recorren 8.000 kilómetros, cuando se podrían obtener en un radio de 70 kilómetros.  Para romper la dependencia exterior; para evitar la escasez y la carestía del petróleo y, por tanto, de los alimentos; para evitar la emisión de CO2.., es preciso que se pongan en marcha políticas de incentivación de la producción agrícola y ganadera local y que se establezcan mecanismos correctores que permitan la continuidad de los asentamientos de la población en el medio rural. Que pongamos en valor  el sector agropecuario desde un punto de vista económico pero también desde una perspectiva social. Que apostemos por iniciativas respetuosas con el medioambiente y con la salud  a través de la agricultura y la ganadería ecológicas; a través de las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas y ganaderas de ámbito local, de mercados locales que comercialicen directamente los productos y a través de pequeñas industrias complementarias que produzcan materiales para embalar, envasar, etc.

Y para que esto sea posible, los estados deben recuperar su autonomía frente a los grandes poderes financieros y las administraciones más cercanas deben apostar por incentivar la producción local, por poner los medios necesarios para que el sector primario ocupe un lugar central en la economía de un territorio y por  propiciar un gran pacto social que asegure su presencia en los índices de desarrollo.  Para que no quede todo en mera desiderata, para que no se sigan perdiendo tierras y empleo como ha pasado con el tomate y tantos otros productos. Y, sobre todo, los consumidores debemos saber qué hacemos con nuestro dinero y hacer todo lo posible por demandar y consumir productos locales y de cercanía. Aunque no nos lo creamos, tenemos  mucho poder para poder cambiar las cosas. Para contribuir a la soberanía alimentaria.

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