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Vivir en Hora Solar.

1-7-15. Juan J. Alcolado
miércoles, 1 julio 2015.
Juan J. Alcolado
Vivir en Hora Solar.
El artificio de hora legal/civil se idea para acomodar el tiempo a los ritmos humanos y tratar de someter los ciclos naturales a los intereses sociales, por encima de las características y necesidades biológicas individuales de las personas.

El concepto de tiempo actual toma como unidad de referencia el ciclo descrito por la órbita elíptica de La Tierra hasta completar una vuelta entorno al Sol de 930 millones de kilómetros, en el llamado movimiento de traslación. Es lo que llamamos Año, y dura 365 días, 5 horas y 57 minutos.

A fin de racionalizar este ciclo anual, y dada la órbita excéntrica de la Tierra, se conviene en observar cuatro momentos de referencia en función de la posición del planeta azul con respecto de nuestra estrella. Se trata de las estaciones.

En un nivel inferior, por efecto de otro de los movimientos de nuestro planeta, el de rotación, los egipcios lo dividieron en 2 partes -día y noche-, basándose en las doce estrellas que aparecían sucesivamente en la oscuridad y durante el día, observadas y medidas a través de un reloj de sol.

La civilización sumeria aportó el sistema sexagesimal, con base en el número 60 y cuyos submúltiplos aplicados al tiempo dan lugar a los 12 meses en que se divide un año, 24 horas del día, 60 minutos de una hora...

Sin embargo, el momento en que la posición de un punto de La Tierra es explicado por la hora, requiere considerar la ubicación de dicho énclave respecto del Sol, y así los husos horarios fraccionan en 24 partes el planeta para establecer áreas que se rijan bajo la misma referencia.

A la vista del mapamundi de husos, la explicación matemática deja paso al arbitrio y las líneas horarias se retuercen para ajustarlas a las fronteras e intereses de turno.

Como no se tiene constancia de referéndum alguno para consensuar esta variación que afecta la vida de generaciones, parece evidente que las decisiones han sido tomadas por sanedrines político-económico-científicos? que determinan la idoneidad de imponer y legalizar la hora que para ellos consideran adecuada, justificando su decisión en la simplicidad que supone para el orden dentro de sus territorios.

Aún persisten en la actualidad anacrónicos cambios de huso horario, como el caso de España, que en 1940 adelantó su horario adaptándolo al continental de la entonces imperialista Alemania, y que a día de hoy continúa manteniendo. Es más, sobre este horario adelantado, incluso se incrementa otra hora adicional en periodo veraniego.

Entre los argumentos declarados de los precursores del movimiento en el reloj es manido el del ahorro de energía. Atrasar sesenta minutos en invierno supone aprovechar las más escasas horas de luz, y por tanto disminuir las necesidades energéticas.

Por el contrario, los detractores opinan que el ahorro de energía no es tal, pues los hábitos de la sociedad actual difieren de los de las gallinas, y la luz que no se gasta por la mañana, se consume tras el ocaso, con actividades económicas que se prolongan para operarios y empresas y plagada de espacios televisivos de alta audiencia para disfrute de la ciudadanía.

También se aducen motivaciones de tipo ambiental, pues partiendo de la matriz energética actual, donde las fósiles tienen el mayor peso, se supone que cuanto menos se utiliza la energía, menor es el vertido de CO2.
Este sofisma esconde que en el caso del verano, con el incremento de una hora, la fuente más limpia, la energía solar, comienza a generar cuando apenas existen consumidores;  y este desajuste inducido supone artificial barrera al despliegue de esta tecnología que es suplida por otras fuentes más caras, como la peligrosísima nuclear o las sucísimas fósiles.

Sin embargo, ningún experto duda que el antinatural ritmo impuesto produce trastornos de tipo psíquico, provocando estados de irritabilidad o depresión, más acentuados en niños y personas mayores; y aunque el estado de salud de los no cotizantes es considerado efecto secundario, las personas activas laboralmente ven disminuido su rendimiento por trastornos en el sueño y acusan desajustes biológicos que van en detrimento de la fría cifra de productividad.

Pero este afán uniformador, donde las manecillas de tu reloj las mueven otr@s, alcanza su cénit de pragmatismo con el establecimiento de la UTC, Hora Universal Coordinada, que parte del Tiempo Atómico Internacional (TAI) medido por relojes atómicos de isótopos de cesio.

Un territorio, un horario, Un planeta, una hora. Así de sencillo y práctico, el huso de único uso, nuclear por solar.

Pero... ¿ Cómo sería la vida en un planeta donde el Sol fuera el reloj?

En cada punto (coordenada geográfica) la hora es diferente, siempre relativa a la ubicación con respecto del Sol y nuestros relojes habrían de codificar/descodificar mediante las coordenadas geográficas para traducir la correspondencia a la hora local.

A pesar de la aparente complejidad, esto es algo que ya hacemos de forma habitual en las relaciones internacionales, averiguar los horarios locales para establecer comunicaciones o programar salidas/llegadas en los viajes.

Ya incluso los ordenadores, móviles y otros aparatos electrónicos nos evitan los ajustes horarios con que semestralmente previenen los medios de comunicación, moviendo nuestras digitales agujas al ajeno antojo.

Si nuestro tiempo nos pertenece, podría resultar ilegal su apropiación por la hora legal.


¿ Por qué no adaptar nuestro pulso vital al de la naturaleza, global e individual, exacta dentro de las diferencias de un ordenado caos ? ¿ No resulta más sostenible adecuar nuestra sociedad al compás del Universo que pretender imponernos artificiales ritmos ?

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